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El científico no estudia la naturaleza porque es útil hacerlo. La estudia porque le agrada y la disfruta porque es bella.

Si la naturaleza no fuera hermosa, no valdría la pena conocerla y la vida no valdría la pena vivirla con la intensidad con la que lo hacemos.

No hablo, por supuesto, de la belleza que golpea los sentidos, de la belleza de las cualidades y las apariencias. Estoy lejos de despreciar esto, pero me refiero a esa belleza más íntima que proviene del orden armonioso de sus partes y que una inteligencia pura puede captar.

Hago ciencia

La ciencia me apasiona porque envuelve todo el intelecto, las emociones y lo que sé del mundo y de cómo funciona el ser humano. Me especializo en nutriología clínica porque me fascina el metabolismo humano, estudié maestría y doctorado en ciencias y me gustó la genética, pero me enamoré de la bioquímica y la epigenética. Por eso estudio la regulación de procesos metabólicos. Los griegos llamaban la metabolé al cambio repentino. Lo que se muestra ya de una manera, ya de otra. Eso que en el instante siguiente se puede volver a presentar de otro modo y ya no así. Entonces nos preguntamos: ¿Qué lo movió?

A la epigenética la podemos considerar la “ciencia del cambio”, estudia la respuesta del genoma al ambiente. Y así voy, entre la ciencia y la esencia del cambio. Miss Cromatina tiene el reto de escribir para hechizar, para enamorar a sus lectores, no de ella, de eso que le apasiona y le mueve cada fibra de emoción. Vamos a hablar de la belleza de la ciencia.

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